El pais
SUSCRÍBETE

Columnista

¿Cómo salvar a un equipo?

El fútbol, como la vida, es relato, rito y territorio. Salvar un club es salvar una parte del alma colectiva.

Álvaro Benedetti
Álvaro Benedetti | Foto: El País

26 de may de 2025, 02:06 a. m.

Actualizado el 26 de may de 2025, 02:06 a. m.

Eduardo Galeano decía que el fútbol es la única religión que no tiene ateos. Y como toda fe verdadera, no se entiende del todo a través de estadísticas ni balances contables. Porque no hablaba de milagros, sino de raíces. De tribunas convertidas en altares profanos, donde una ciudad se reconoce a sí misma en sus penas y en sus glorias. Un club no es solo una empresa, es un espejo colectivo, una patria chica, una memoria que se canta a coro en cada juego.

Cuando un equipo grande se desploma, no es solo un descenso. Es un temblor en la memoria de su gente. Es la erosión de un símbolo, la pérdida de un relato compartido. Y el regreso no se compra, se construye con humildad, con visión y con el coraje de decirse la verdad a tiempo.

Los clubes que naufragan suelen compartir el mismo retrato: liderazgos atrapados en el ego, gestiones sin brújula, urgencias que devoran cualquier intento de estrategia. Gobernar desde la inmediatez del próximo partido es como sembrar en el asfalto, da sombra un rato, pero no frutos.

Confiar en que un ‘mecenas’ salvará la historia con billetes es aferrarse a una tabla podrida. El capital, cuando no hay proyecto, se convierte en gasto. Ahí están Borussia Dortmund o Sevilla, por nombrar apenas dos que tengo en el radar. No se levantaron únicamente con dinero, sino con ideas claras, coraje y una hoja de ruta. Con la decisión de ser, no solo de estar.

Ahora bien, antes del renacimiento, hay que reconocer la enfermedad. Muchos clubes prefieren la negación, ese opio dulce que adormece mientras el abismo se acerca. Reconocer el fracaso no significa rendirse, es, más bien, el primer acto de dignidad.

Después viene el bisturí, reordenar, profesionalizar, blindar la gestión frente a los apetitos del poder. Reconvertirse en institución, no en botín. Y entonces preguntarse, ¿puede el club sobrevivir más allá del último resultado? ¿Su cantera es escuela o negocio? ¿Aprovecha su marca con inteligencia? ¿Está dispuesto a escalar hacia otro nivel de éxito deportivo, o se resignará a ser un príncipe apocado en el reino de las medias tablas?

Las respuestas a esas preguntas dibujan la frontera entre una institución viable -que persigue una gloria cuyo sabor ya no recordamos- y otra que apenas sobrevive. Solo entonces se puede, de verdad, pensar el mañana. Porque quien no imagina el futuro, lo improvisa. Y en el deporte, como en la vida, la improvisación se paga caro.

La visión debe ser compartida, concreta, sin dobleces, y avanzar al ritmo de los desafíos que impone su ciudad. Debe sostenerse en decisiones coherentes, no en mezquindades ni -peor aún- en lógicas cleptocráticas. Porque sin propósito, cualquier rumbo parece válido.

La nostalgia, por sí sola, no alcanza. El pasado puede inspirar, pero no reemplaza al plan. Ah… bendita espina que no me sacó de aquel 16 de junio de 1999. Una de las pocas cicatrices que el fútbol me dejó.

El fútbol, como la vida, es relato, rito y territorio. Salvar un club es salvar una parte del alma colectiva. Es el corazón simbólico —o al menos la mitad de él—. No es un favor: es un deber con la memoria, con el barrio, con quienes aún cantan con la voz quebrada y el corazón entero.

Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.

Regístrate gratis al boletín de noticias El País

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

AHORA EN Columnistas