La Salsa Vive

En Cali nunca habrá espacio para una última rumba. Y no lo habrá porque existen guardianes a prueba de fuego que han hecho de la salsa un culto, un modo de supervivencia, una expresión de resistencia. Entonces, cuando hay una discusión en el barrio de si está muerta o está viva; o que se están muriendo sus exponentes, esa legión de portadores de nuestra tradición buscan sus vinilos, sus vestidos de lentejuelas, sus instrumentos dorados o su canto callejero y silencian la pelea y el bochinche, que en su mundo no hacen falta.

Sí, es cierto que muchos se mudaron a un cielo de tambores, pero nunca desaparecerán, porque solo el olvido es la muerte. ¿Quién podría expresarlo así, acompañado de remembranzas del pasado y un coro de voces que cuentan una historia que nació en Nueva York y se hizo eterna en Cali? Rubén Blades, el poeta de la maestra vida, camará’.

Esta semana se reabrió el baúl de los recuerdos y aparecieron en él tesoros que explican por qué somos la capital de la salsa, una frase que más que un cliché, es una expresión solemne con la que el mundo nos tributa, porque solo aquí hay una marejada feliz que confluye en torno a ella, la sienta en su sala, la baila a ritmo de alcoba, la lleva a gozar de su rico vacilón y si es del caso, la sirve con un aguacatón como un melón.

El largometraje se titula La Salsa Vive, como la canción de Tito Nieves; y fue dirigido por Juan Carvajal, acompañado de un montón de quijotes que lo hicieron posible. En él se cuentan las vivencias de Henry Fiol, que anda picoteando por ahí, con su juma de ayer, y quien habiendo nacido en el condado de Manhattan hizo de Cali su segunda casa. Como también le pasó a Alfredito Linares y su mambo rock, y a Ángel Lebrón, quien revive en el filme cómo al encontrar tantos negros en Buenaventura y en Cali, sus hermanos y él se sintieron en casa.

Cuenta el director del documental que guardaba una entrevista con Larry Harlow sobre el boom de la salsa, y que, tras la muerte del músico, en 2021, sintió que tenía que rescatar esa idea. Entonces ancló la historia a Cali, le sumó testimonios como el de Celia Cruz hablando de nuestra fama de ser la capital de la salsa; el maestro Jairo Varela afirmando contundente que nuestra ciudad abrazó la salsa, cuando se apagaron los reflectores en Nueva York, mientras que Willie Rosario, hoy con 101 años, da sus puntadas de lujo sobre el afinque que llevó este ritmo a la gloria.

Lo más bonito ocurre al ver a los nuestros en pantalla. Pablo y Olimpa Solano, junto a Luz Elena Ceballos, en su icónico rincón musical de la urbanización Barranquilla; Gary Domínguez y sus evocaciones de las emisoras cubanas; Francia Elena Barrera y el sello femenino en nuestra salsa; Jorge Herrera y el legado de las orquestas, Camilo Zamora y el reconocimiento a los bailarines, y Luis Eduardo Hernández, El Mulato, contando cómo muchos hallaron en el baile una esperanza de vida; Mauro Castillo y su swing, Alejandro Ulloa y la memoria, entre muchos más.

Al final, en medio de tantas cosas bonitas vistas, nos queda la frase de Rubén Blades: “Seamos manos en vez de dedos” si queremos que la salsa viva. Creámonos el cuento, para que ese ritmo que palpita en el corazón del barrio caleño se convierta en una verdadera industria cultural, tan cacareada por años, que potencie los esfuerzos titánicos de mi gente, ustedes, lo más grande de este mundo.

@pagope