Columnistas
Desde las ventanas
Sigo creyendo, en esta época de compras que llegan a casa en menos de diez minutos, que salir a las calles es y será infinitamente mejor que el cómodo encierro.

21 de abr de 2025, 01:16 a. m.
Actualizado el 21 de abr de 2025, 01:16 a. m.
Esta semana, un vendedor del sector comercial de San Victorino en Bogotá contaba en un reportaje de televisión que las ventas por internet han reducido significativamente los ingresos de todo su sector. La posibilidad de comprarlo todo desde la comodidad del hogar nos ha facilitado ciertamente la vida, pero también ha reducido el asombro de la cotidianidad y los espacios de encuentro.
Uno de los rasgos generacionales más visibles entre dos o tres grupos etáreos en la actualidad es el deseo de no querer salir de las casas si no se trata de algo estrictamente necesario. Cualquier marca, almacén o restaurante que desee sobrevivir en esta época debe contar con puntos de venta en internet desde hace años, cada vez más fáciles y rápidos de usar. Esto, desde luego, es también un efecto de la pandemia, que nos enseñó –y nos obligó– a aprender de un día para otro a vivir, trabajar y compartir desde el encierro total.
Lo cierto es que el mundo está cada vez más hecho para que salgamos menos a las calles y para que todo lo que necesitamos llegue directamente a nuestras casas en cuestión de instantes. Hace algunos años, las compras de internet llegaban a su destino luego de varios días, e incluso semanas; hoy pueden llegar en cortos minutos. Esto, desde luego, hace cada vez más atractivo hacer las compras por internet, hasta el punto en que toma más tiempo salir al supermercado a comprar un producto que pedirlo por medio de una aplicación.
Pero es mucho lo que se pierde del asombro del mundo exterior, el encuentro con otras personas y el hallazgo de cosas que no esperábamos encontrar en el camino, lo que añade giros valiosos a la cotidianidad. Siempre será mejor la experiencia de llegar a un restaurante y disfrutar una comida recién preparada en el espacio para el cual fue pensada, que recibirla en incómodos recipientes plásticos para comer al frente del mismo televisor en la sala de todos nuestros días.
Nos hemos vuelto tan cómodos por cuenta del teletrabajo, los domicilios y las compras exprés de ropa y objetos, que salir al mundo real se ha vuelto cada vez más inusual. Sin embargo, jamás será igual ver el lanzamiento de una película desde una plataforma digital en casa que en una sala de cine, así como siempre será mejor ir a hacer mercado que recibir las compras en la puerta de la casa.
Y mientras más se facilita el a compras inmediatas desde el internet, más debemos buscar no caer en la pereza colectiva ni permitir la pérdida de espacios de encuentro. Es necesario preguntar en dónde nos veremos las caras como ciudadanía, comunidad y sociedad, y dónde tendrán lugar todas las sorpresas que enriquecen la vida cotidiana, si caemos en la predecible costumbre de que todos los servicios lleguen directamente a nuestra puerta.
Sigo creyendo, en esta época de compras que llegan a casa en menos de diez minutos, que salir a las calles es y será infinitamente mejor que el cómodo encierro.
Posdata. De esta fascinación casi hagiográfica por el cumpleaños de un presidente no la hemos visto por ningún otro líder colombiano. Con días cívicos como el del año pasado, especiales de la televisión pública y mensajes de felicitación de los funcionarios, el petrismo celebra el cumpleaños del Presidente como si fuera una fiesta nacional y lo que realmente queda en evidencia es su enorme grado de caudillismo. Ni siquiera en tiempos de Uribe el país vio un grado tan alto de personalismo en la política, algo que siempre será un grave riesgo para la institucionalidad democrática y la razón humana.
Politólogo de la Universidad de los Andes con maestría en Política Latinoamericana de University College London. Es analista político para varias publicaciones nacionales e internacionales, y consultor en temas de política pública, paz y sostenibilidad.