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Bala a la libertad de pensar

Este atentado marca un antes y un después en la historia reciente de nuestro país. No podemos seguir como si nada.

Hermann Stangl
Hermann Stangl | Foto: El País

13 de jun de 2025, 03:19 a. m.

Actualizado el 13 de jun de 2025, 03:19 a. m.

El execrable atentado contra Miguel Uribe no solo hirió a un buen hombre, buscó silenciar la palabra, castigar la diferencia y sembrar miedo de cara a unas nuevas elecciones presidenciales. Esta bala buscó acallar la democracia y aumentar el temor a pensar, a hablar y a proponer tesis y posiciones diferentes. Esta bala buscó callar a quienes pensamos diferente. No fue solo un atentado contra Miguel Uribe, fue un disparo directo al alma de Colombia.

Este atentado marca un antes y un después en la historia reciente de nuestro país. No podemos seguir como si nada.

¿Qué lleva a un adolescente a disparar a sangre fría? Un niño no nace sabiendo odiar. El odio se le enseña, se le cultiva y se le entrena. Y lo estamos haciendo todos los días, también desde el lenguaje violento en las RRSS hasta con los discursos encendidos de quienes deberían representar la sensatez del poder.

En una sociedad sana, los jóvenes alzan la voz. En una sociedad enferma, alzan las armas.

Los discursos incendiarios no son metáforas, son mechas lentas que detonan explosivos. Cuando un líder político deshumaniza a su adversario, cuando un influencer convierte el odio en espectáculo, cuando se normaliza el desprecio, se crea el ambiente perfecto para que sucedan este tipo de acciones violentas.

Este no fue un acto aislado. Fue el síntoma más brutal de una polarización que lleva años gestándose y que ahora empieza a cobrar víctimas. No solo en el cuerpo de Miguel Uribe, también en la confianza ciudadana, en la legitimidad institucional y en la frágil paz que aún intentamos construir.

¿Dónde está la indignación transversal? ¿Dónde están las universidades, los gremios empresariales, las iglesias, los sindicatos, las ONG, las Fuerzas Armadas, los medios serios, las familias, los ciudadanos de a pie? ¿Dónde está la reacción serena, pero firme de una nación que se niega a permitir que la violencia vuelva a dictar el rumbo?

No podemos seguir esperando a que las tragedias se acumulen para reaccionar. Colombia no necesita más condolencias. Necesita mayor compromiso, más acción y un decidido coraje ciudadano.

Este vil y cobarde atentado no fue solo desafiando a quienes piensan diferente. Fue un atentado contra el sistema democrático, la libertad política y la dignidad humana.

Necesitamos un nuevo pacto moral construido desde el rescate de la excelencia ética de todos los colombianos.

Empresas, dejen de enfocarse solo en las utilidades, lideren conjugando lo financiero con lo humano, eso les permitirá trascender en el tiempo.

Educadores, enseñen no solo matemáticas y literatura, sino creatividad, inteligencia emocional y ética.

Fuerzas Militares y de Policía, custodien la vida, pero también el honor y la institucionalidad.

Gremios, levanten fuerte la bandera de la unidad, más allá de intereses sectoriales.

Y ciudadanos, ya no podemos ser espectadores. Este país necesita que cada uno se convierta en defensor activo de la democracia, desde su casa, su oficio y su ejemplo.

Las democracias no caen con una bala, caen cuando los pueblos dejan de defenderlas y aún estamos a tiempo de no dejarla caer.

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